“MAJAJO”
Para mí Sor Naranjo siempre fue “majajo”. Más tarde, no ya tan niña, descubrí que se llamaba María del Carmen; aunque a mí me hacía mucha gracia que todos la llamaran por su apellido, tan cítrico y frutal. Más adelante, también me parecía que tenía un apellido muy de personaje de novela. Y es que “majajo” era mucho “majajo”, así que bien podría haber protagonizado alguna historia literaria.
Sor Naranjo me enseñó a no maltratar la flauta dulce. No era yo muy ducha en instrumentos de viento, pero ella, con su tono ambivalente (dulce, a veces; y severo, en otras ocasiones) insistía en cómo debía colocar los dedos, hasta que conseguí tocar tres o cuatro notas seguidas sin dañar el tímpano de nadie.
“Majajo” tenía fama de ser una maestra estricta. De poner los “puntos” sobre las “íes”. A mí nunca me dio clase directamente (salvo aquellos “ensayos musicales”), pero sí charlé con ella. Me preguntaba cosas y me escuchaba con fruición. Le gustaba el color de mis ojos y a mí me gustaba cuando se reía, porque tenía una risa contagiosa.
Durante un tiempo fue la directora del coro del colegio. Era un festín verla guiar, brazo arriba, brazo abajo, a los niños y niñas del coro. Imponía su contundencia y su pasión.
Ahora toca descansar, “Majajo”. Un buen coro te espera en el Cielo.
Sira García Méndez
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento...
El comienzo de este famoso poema de Rubén Darío fue una de las muchas cosas que pasaron por mi cabeza cuando me enteré de la muerte de Sor Naranjo. Lo aprendimos y recitamos de memoria unas cuantas generaciones de alumnos y alumnas. Cuando te dispones a hablar de alguien que acaba de fallecer, lo haces siempre desde una óptica muy personal, desde tus propios recuerdos y vivencias. Pero creo que no voy muy desencaminado si me aventuro a decir que para una promoción del colegio, los que salimos en el curso 85/86, Sor Naranjo nos marcó profundamente, como algún compañero nos recordaba en las redes sociales. Fue nuestra tutora durante cuatro cursos seguidos y al finalizar octavo, le regalamos una placa en la que quedaron grabados los nombres de los 42 del B. Una placa que veo a menudo porque todavía está en una de las paredes de la biblioteca del colegio, recordándome aquellos intensos y felices años, cada vez que paso por allí.
Personalmente, uno de los mejores recuerdos de mi etapa en el Colegio Sagrada Familia se llama Sor Naranjo: su dedicación, su entrega y sus desvelos porque aquella cabecita sin amueblar acabara centrándose en algún momento. Era una mujer con carácter, enérgica, arrolladora. Pero todo ello venía envuelto en un manto de cariño y preocupación por nosotros, que nunca desapareció. En los últimos años, las pocas veces que coincidíamos, siempre había un abrazo que te espachurraba, un rostro que se iluminaba con una enorme sonrisa y una boca que se movía a toda prisa preguntándome por todo el mundo: empezaba por la familia y continuaba por todos los compañeros: y qué sabes de fulanito, y qué tal fulanita,...
Creo que los 42 tendríamos un millón de anécdotas para contar. A lo mejor no todas buenas (sobre todo desde la óptica de niños de 12 a 14 años a los que todo les parece un mundo), pero a mi el balance me sale positivo, me sale a deber: le debo muchas cosas a este torbellino de mujer que dejó una gran huella en todos nosotros y que ahora, al cabo de los años y después de llevar veinte años trabajando en el colegio, me doy cuenta lo que esa huella significa: el espíritu vicenciano, el amor y entrega de San Vicente y Santa Luisa. Espero que ya estés a su lado porque te lo mereces. Descansa en Paz.
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú...
Marcos Torre Laviana